The Emperor's Paradise

El dios dragón estaba regresando a su casa luego de un largo día, vagando por el mundo como solía hacer a diario, malinfluenciando gente, provocando riñas, disfrutando de irritar personas, sobre todo cuando las mismas estaban involucradas con la Casa de Laurel. Cuando vió el palacio de aire romano, retrajo sus 6 alas y se permitió caer en picada al mismo, mirando con algo de desinterés el suelo que amenazaba con destrozar su cuerpo con el impacto. 

Sin embargo, los huesos rotos por caídas eran cosas de mortales.

El dragón logró darse la vuelta a tiempo y cayó, ya transformado en su forma humana masculina. Se tomó un momento para acomodarse su frondoso y largo cabello, a la vez que se empezaba a quitar su camiseta, la típica camiseta que ya parecía parte de su propio ser, con la leyenda "Ave Satannie" y la estrella de color dorado.

Podía escuchar voces rebotando desde las paredes, pero no les dió importancia, no aún.

Luego de una pequeña caminata, el último descendiente de la dinastía du Cronos original llegó a su meta: Un lago con una cascada, llena de vegetación, luz natural y una hermosa vista. Anthony sonrió y, poniendo su mano en su cinturón, empezó a desvestirse.

Luego de tanto vagar, el dragón se sentía efectivamente asqueado, y nunca pasaba la oportunidad de bañarse en su hogar.

—Los franceses están locos— dijo para sí mismo mientras empezaba a sumergirse poco a poco a su paradisíaco manantial, quedándose en la orilla donde le llegará hasta su pecho, permitiendo que su largo cabello empezara a flotar en el agua.

—Vaya que sí lo están— dijo una voz a la que él estaba muy acostumbrado. Levantó la mirada para encontrarse con un apasionado beso que le regalaba su esposa, Susan.

Levantando su mano izquierda para acariciar su cabello, el dragón correspondió al beso con cariño y algo de deseo. —Te estabas demorando, lindura— dijo, una vez la rubia le permitió volver a hablar.

—Bueno...— Susan se quitó la toalla, dejándola cerca de la orilla. —Sentí tu llamado, tú esencia estaba pidiéndome— dijo, sentándose a su lado y poniendo su cabeza contra el hombro de su marido.

El dragón sonrió e intercambió miradas con Susan, la cual sacó su lengua con algo de fingida timidez, Anthony sabía exactamente lo que quería. Siguiéndole el juego, Anthony sacó su larga lengua color púrpura y empezó un seductor juego, lamiendo la lengua de su mujer e incluso enrollandola de manera tentadora.

—También te he extrañado— le susurró el mayor, juntando su frente con la de Susan.